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Visita e inauguración de nuevos salones en la Ciudad de Dios de Barbacoas

 

 

 

Siempre que visitamos la Ciudad de Dios de Barbacoas, la experimentamos como un gran regalo que el Señor nos hace. Sentimos fuertemente Su presencia en la comunión con los hermanos y hermanas de este lugar.  Vemos también lo que es la Iglesia y el misterio de ser enviados por el Señor en misión;  claro que ésta misión es bien distinta a la que normalmente  nos imaginamos porque allí solamente nos dejamos llevar por el Espíritu, para entender que la misión consiste en disponernos con docilidad y dejar que Dios obre a través de nuestra pobreza y así, encontramos con asombro, que la sola presencia es fuente de bendición para todos. Nos disponemos simplemente, a ser canales de gracia y bendición, procurando estar muy atentos a los signos que se van dando a través de las personas y circunstancias que se nos presentan. Es permitir que  tu ser orante se transforme en presencia concreta y cercana de Dios para los otros.

El viaje.

Después de experimentar la maravillosa acogida fraterna de las hermanas carmelitas misioneras de Tumaco, nos internamos en la selva nariñense, a través de aquella carretera que es en realidad una trocha y que cada día parece estar en peores condiciones: 52 kilómetros recorridos  en ocho horas, cuando las condiciones son buenas; siempre y cuando vayamos en uno de los carros pequeños, porque en el bus podríamos tardar hasta 12.   Sin embargo, en medio de la incomodidad, podríamos decir que es un viaje agradable, novedoso, en el cual experimentamos la presencia de Dios a través de la monótona selva, de esos rostros de indígenas, morenos y mestizos que a lo largo del viaje van apareciendo inesperadamente en cualquier rincón del camino, en casas aisladas o en pequeños caseríos. A través de  singulares ventanas de las casas de madera, se asoman las personas para ver pasar los carros; como si salieran por un momento del fondo de su mundo misterioso para establecer contacto con una civilización representada apenas en los vehículos y sus pasajeros.  Luego vuelven a sumergirse en el silencio de su historia simple, en profunda comunión con la naturaleza, casi mimetizándose con el entorno.   Percibimos otro tiempo diferente, otro espacio y otro mundo.  En estos lugares se vive como en un eterno pasado, de manera muy distinta a la dinámica de la civilización actual. Sin prisa, la gente espera que transcurra el día y llegue la noche, sentada a la puerta de sus casas, para iniciar de nuevo el mismo siclo, para volver a lo mismo… y así hasta que los abrace la eternidad, cuando Dios les visita y conduce a su morada.

Como siempre, nos reciben los niños con sus abrazos, sonrisas, alegría, cantos, con su gran ingenio y creatividad. Las hermanas tienen hermosa la Ciudad de Dios. Cada rinconcito tocado por la delicada mano de una carmelita, hace que en este lugar se respire la presencia de Jesús y la fraternidad. Allí algo acontece distinto a lo que acontece en todas partes. Es otra realidad nueva, es algo diferente; experimentamos la vivencia de un pequeño cielo en medio de la selva. No hay que esforzarse mucho par verificar las palabras del Maestro: “Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

 

Nos encontramos con una Ciudad de Dios viva, llena de alegría, actividades, cantos, experiencias formativas; una Ciudad de Dios a la que a diario acuden niños, madres, jóvenes, adolescentes, indígenas y afro-descendientes; todos, buscando ese algo que no se sabe expresar y que nosotros sabemos lo que es: el ¡Regazo de Dios!

 

Con emoción celebramos la Eucaristía y bendijimos “El Rincón de San José” que está compuesto por tres salones para los niños y un auditorio grande en el piso de arriba, que servirá para la formación y actividades con los adolescentes, catequistas y personas adultas. La construcción quedó muy bien hecha y la vista a la selva invita a la oración, al silencio y al encuentro con el Señor.

En Barbacoas,

La Ciudad de Dios.

Un gran contraste experimentamos al llegar a Barbacoas, donde sus habitantes caminan como hormigas de un lado a otro.  Ellos luchan por sobrevivir, en medio de las múltiples fuerzas de violencia que tratan de seducir y ganar adeptos, con muy poco respeto del uso de su libertad. Muchas veces los jóvenes y adultos, aún contra su voluntad, se sienten obligados a matricularse en cualquiera de los grupos como norma de supervivencia, aunque paradójicamente lo que encuentran es el camino hacia la muerte. Amenazan por todas partes los factores de riesgo, para grandes y pequeños, pues todos viven en medio del conflicto armado.

 

Como un faro de luz, de paz y de amor, se levanta, a la entrada de la población la Ciudad de Dios, dando la bienvenida a todos los visitantes como un signo de la presencia de Dios y de seguridad para quienes acuden allí en busca de esperanza, de compañía y de escucha; es decir, en la búsqueda de Dios que es el único que puede ofrecerles seguridad y alivio en medio de la lucha  armada en la que transcurre la historia de Barbacoas y sus habitantes.

 

Las Hermanas Carmelitas representan la bendición del Señor para todos; creyentes y no creyentes. Ellas acompañan silenciosamente a este pueblo. ¡Es todo un milagro! Ellas, frágiles y limitadas, sin ninguna arma diferente a la del Amor, ofrecen  sus vidas  para transformarlas en  signo elocuente de la presencia y compañía de Dios.  En su diario vivir, ellas con su entrega se han convertido en seguridad y fuente de esperanza para muchos. 

 

 

El hacer de los niños.

Encantadora la genial creatividad de los niños. Uno de ellos, de unos tres años, encontró un trozo de lana anaranjada y dijo que era una cometa.  Sus amiguitos reconocieron en seguida, en el trozo de lana, la imaginaria cometa y comenzaron a jugar. De pronto uno de ellos dijo que fueran a echar la cometa al rio y buscaron una de las pequeñas canales que recoge el agua que cae del techo de la capilla y allí descubrieron el maravilloso río donde vivieron la aventura con su cometa, la cual, decían en varias ocasiones, estaba a punto de ahogarse. Poco tiempo después descubrimos a un grupo de niños sujetando una cuerda que habían atado a una baranda de la escalera y la  halaban con todas sus fuerzas, ya que “era una vaca muy brava” y la tenían que arrastrar. Con las hermanas, colocábamos unos ladrillos sobre el pantano al frente de los baños, para evitar que ensuciaran el piso al entrar y mientras hacíamos esto, un niñito se sentó sobre uno de los ladrillos y dijo que ese era su carro; comenzó a conducirlo, pitando y frenando, al tiempo que hacía alarde de estar borracho, porque “los conductores toman trago”, nos decía. Otros niños se sumaron al juego y se sentaron detrás de él, sobre los ladrillos, disfrutando el viaje que realizaban en este original medio de transporte.

 

 

El hacer de las religiosas.

Es verdaderamente admirable el trabajo que realizan las hermanas Mercy Ortiz, Beatriz Ortiz y Lucina Roldán. Su alegría contagia. Se siente la presencia de Dios en cada una de ellas. Transmiten una luz especial, la misma que reciben cada día en la oración vivida con fidelidad y comunicada a los más necesitados y amados por el Señor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las hermanas son un signo de seguridad para el pueblo y también una gran compañía para los sacerdotes del lugar, Juan Carlos Calzada y Alberto Otálora,  que encuentran en ellas unas verdaderas hermanas e hijas del Padre Palao, enamoradas de la Iglesia y dispuestas por ella a dar la vida en el cotidiano vivir.

 

Inaguración y bendición de los nuevos salones.

Fue  muy lindo celebrar la eucaristía en la intimidad de la Ciudad de Dios. La vivimos como una acción de gracias por la vida de cada día y la disfrutamos mucho, al igual que el encuentro con la gente en la gran celebración de bendición de los nuevos salones.  Éstos, son el fruto del trabajo de muchos, entre otros, de la Fundación Ramírez Moreno, la comunidad del MEC, Movimiento Eclesial Carmelitano de Italia y muchos benefactores que con su aporte han hecho posible que un número significativo de niños de Barbacoas tengan ahora tres salones adicionales en la Ciudad de Dios y un auditorio amplio para múltiples actividades.

 

 

En los actos de celebración, contamos con la presencia de muchas personas venidas desde el centro de Barbacoas; los grupos apostólicos, jóvenes de las danzas, cantores y cantoras que con sus voces melodiosas y potentes hicieron llegar sus cantos hasta el cielo. Muy creativo y hermoso fue el acto cultural ofrecido después de la eucaristía, en el que participaron los niños y los jóvenes con danzas y cantos y también las personas mayores que improvisaron  coplas musicalizadas. Concluimos ese día con la celebración del bautismo de un pequeño niño indígena, de 14 meses de edad, pero con la apariencia de un recién  nacido, dado su tamaño, peso y grado de desnutrición. Su bautismo se realizó en medio de un doloroso llanto de este niño que sollozaba sin fuerzas y daba la impresión de tener un dolor muy profundo; al punto de que pensamos que podía morírsenos en cualquier momento. Desafortunadamente su padre no nos permitió llevarle al hospital. Es hijo de un indígena, que permanece generalmente en estado de embriaguez y de una indígena de unos 24 o 25 años, con un notable retardo mental. Tienen siete hijos y están esperando el octavo. La madre lleva ocho meses de embarazo y tampoco acepta la ayuda de un médico ni de la medicina tradicional. 

 

La pequeña comunidad que se formó por esos días en la Ciudad de Dios de Barbacoas, estaba compuesta, aparte de las hermanas de casa, por las hermanas Gloria Anaya y Stella Pareja quienes en nombre de sus provincias de Bogotá y Medellín, hacían la visita pastoral a esta comunidad.

 

Nos acompañaba también Elena Correa, comunicadora social de la Universidad de Antioquia, encargada de las fotografías, videos y toda la parte visual de las Ciudades de Dios y el Padre José Arcesio Escobar, director de la Fundación Santa Teresa de Ávila. Compartimos también la magnífica relación que existe entre las hermanas y los sacerdotes del lugar, con asistencia y ayuda mutua. Con ellos tuvimos la oportunidad de compartir un almuerzo en la Ciudad de Dios y al día siguiente, otro en la casa cural de Barbacoas.

 

 

Por el río Telembí.

Invitados por las hermanas,  realizamos un hermoso paseo por el rio Telembí hasta Roberto Payán donde visitamos a los padres de la parroquia de San José, sacerdotes africanos que prestan sus servicios en el Vicariato de Tumaco. Los padres Richar y Simón Pedro, de Huganda, Africa, son los encargados de la parroquia en esa población.

 

 

Presente y futuro

Aprovechamos la ocasión para recibir la nueva obra construida en la Ciudad de Dios de Barbacoas, gracias a la ayuda de los hermanos italianos del MEC y algunas otras instituciones y para programar el siguiente trabajo a realizar en las instalaciones. El ingeniero encargado, Jorge Mario Benavides, acogió todas nuestras sugerencias y se comprometió a  enviarnos el presupuesto sobre los trabajos a realizar.

 

Al partir de la Ciudad de Dios de Barbacoas, sentimos el deseo de volver y el anhelo de poder participar un día de manera más permanente en la vida y actividades de  esta Ciudad de Dios que vemos crecer con tanta alegría.  Eterna gratitud a las hermanas carmelitas por entregar su vida al servicio del Reino entre los más pobres y por la acogida maravillosa y fraterna que nos brindaron.  

 

 

Fr José Arcesio Escobar E. ocd

 

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